18 oct 2017

Técnica, hiper reproductibilidad digital y auralidad


Cuando Benjamin se refiere a la “fantasmagoría” de una posible época, no considera, necesariamente, la experiencia del sonido, o más bien de la escucha en el proceso de constitución de (i)rrealidad. La posible ontología de la fragmentación histórico visual (y su mecanización) no alcanzaría a dar cuenta del paralelo que se generaba, o que se estaba generando en el cambio de escucha del “mundo” occidental y su propagación global que se integra, rápidamente, al cine y que configura lo escuchado y visto desde un aparato.

Si partimos (a partir de Benjamin) que toda reproductibilidad técnica (y antes de ella, en el proceso de configuración institucional artística del siglo xix) procrea un fantasma cultural, la esquizofonía vendría a ser el alarido de ese proceso. Pero que alarido refiero en este contexto? Explicaré esto en términos de cine contemporáneo comercial (y no solo este): la aparición de una entidad que no existía antes de un argumento, o una posición técnica en una historia, no es lo más perturbador, sino el sonido que emite. De hecho, la experiencia de “aparición” no es estrictamente ligada a una imagen en el miedo colectivo, sino a la multipilicidad de sonoridades posibles que la anteceden, haciendo, casi imposible, la mayor parte de la veces, la aparición visual. De aquí la viceralidad del fantasma del cine según términos visuales de Déotte.

En términos políticos, una historia de revolución es imposible que sea silenciosa, su mayor golpe es el sonido, no la imagen. Con esto no estoy mencionado que la realidad de la ejecución de una situación política no sea relevante, pero las imágenes siempre las hemos conocido cosificadas (y por ende ficcionadas en un fantasma muerto que empujamos a vivir). El “grito” del cambio cultural es un sonido que no se puede dejar de oír. En la imagen podemos dar vuelta la cara o cerrar los ojos, pero moriremos escuchando, aunque quedáramos sordos.

Esto que expongo no es una dicotomía o una apuesta en valor de un sentido sobre otro. Lo que intento platear es cierta posible emergencia en la reflexión en torno a las sensibilidades que tuvieron su correlato técnico en relación a su reproducción. En este caso trato lo concerniente a la experiencia de la escucha y su manufactura representacional.

El acontecimiento soportado de lo que hoy se conoce como “escucha atenta” antes de que existiera el fonógrafo era irreproducible en una posible representación fija, como lo fue la imagen. A partir de la representación rupestre, la inscripción y “mecanización” de la estructura de retener lo proyectado por la luz, lo visto, y el “deseo de lo que quería ser visto”, se impregnó como forma de delimitación de la “realidad visual”. Esta mencionada “realidad visual”, delimitada por el deseo de constitución técnico de variables intereses, a través del tiempo, generaron una diacronía, en la cual el cuadrado y el círculo nos delimitaron el deseo representacional a partir de la reproducción de la imagen iniciada por el grabado y la pintura. En todo este proceso constitutivo, la impregnación o representación fija de lo sonoro, de lo que se escuchaba, no era posible: el sonido se “presentaba” y desaparecía; las leyendas orales eran puro acontecimiento en su variabilidad prosódica y en las transformaciones del acontecer mismo. La transmisión oral no es fija: se mueve y cambia constantemente. Todo relato es sonoro, y en este, obviamente, no se excluye el relato de la imagen. Esta última, a través de un desarrollo histórico, no se sostiene sin el sonido de su relato, sin el sonido exteriorizado o la frecuencia mental en el acto de leer y/o escribir.

En la oralidad y sus mitos, dios no era visto, por lo que se le confirió representación antropomórfica. Pero si era escuchado: en el trueno, en el golpe del viento en materia sólida. Sin embargo, en forma posterior a la representación antropomórfica visual, también se le confirió antropomorfismo en los textos donde enuncia sus leyes.

Si pensamos el antecedente “técnico” del paisaje visual, no es complicado comprender la relación milenaria con la pintura, es decir, el correlato técnico de la reproducción “imaginaria” es el mecanismo pictórico. En cambio, el “nacimiento” del concepto de paisaje sonoro -a través de los mecanismos de reproductibilidad técnica- no tiene su correlato sino a partir de la existencia de estos mismos aparatos técnicos, es decir, desde lo que Schaefer menciona como esquizofonía. Una posible “era esquizofónica” solo es posible desde el almacenamiento técnico de los sonidos. Anterior a esto el sonido, “en sí” era puro acontecimiento. Sin embargo, es obvio que la construcción constitutiva de lo cultural siempre involucraba estos dos sentidos como protagonistas, donde la imagen ha sido la protagonista hasta el siglo xix. Tanto es así esto último que aún la imaginería, o lo que denominamos imaginación está basada en imágenes, aun cuando se escucha un relato oral, aún se tiende a representarlo, mentalmente, en imágenes, en visualidad.

Ahora bien, la reproductibilidad técnica (tanto en lo visual como lo sonoro) han tenido la inclinación fija en la representación. No es hasta mediados del siglo xx que se cuestiona esto con fuerza, donde el objeto de arte comienza a ganar fuerza en su propia valorización estética más allá de las formas o signos que se encuentren en ella. También se comienza a convertir en vehículo de otras manifestaciones sociales, culturales e históricas, es decir, el resultado representacional, o el proceso de trabajo que pudiera portar una representación comienza a debilitarse por la constitución de lo expuesto como procesual, o de lo expuesto como valor dentro de una posibilidad de descubrir lo inenarrable dentro del propio trabajo. El gran problema es que esto se adelanta al proceso educativo cultural occidental, pues aún hoy la gran mayoría de las personas (artistas o no) necesitan del encuentro simbólico representacional, pues sin él no hay sentido que signifique algo, ya sea esto para la vida o para la apreciación estética de lo que se intenta “entender”. Esto que menciono ya lo ha hecho Goodman de otras maneras.

Mi opinión es que la tradición técnica en el tema incidió bastante en la continuación de los relatos de la construcción de realidades que se venían gestando siglos antes, pero a partir de la reproductibilidad técnica se masifican y entran los debates fantasmagóricos sobre la ontología de la ubicación del arte y sus propiedades abarcativas. En cambio, en los comienzos de una era digital esto cambia en conjunto con el creciente interés de artistas por el uso material del sonido. Si conjugamos la reproductibilidad del sonido como nacimiento de las instalaciones sonoras que utilizan paisajes sonoros con su desprendimiento del objeto de proveniencia donde aconteció el sonido o los sonidos en particular, entonces la digitalización sonora en el arte contemporáneo bifurca y hace irreconocible cualquier lugar de representación, radicalizando las escuchas sin sentido, para ubicarlas en escuchas sobre los sentidos, donde la percepción de la realidad sonora forma parte de una envoltura creciente que nos absorbe en todo momento, pues no nos conocemos sin sonidos; no nos conocemos sin hiperdigitalización reproducida del mismo, aun cuando se vaya a un bosque y no se grabe con aparatos técnicos nada, pues en esos momentos, como “entes” culturales estaremos escuchando no a los árboles o el sonido de un río, sino los sonidos que que hemos repetido infinidad de veces a través de la hiper reprodictibilidad digital. No hay naturaleza, hay cultura escuchando, y la nuestra ya no ubica, sino que desplaza. El esforzarse por querer visualizar o representar objetos percibibles no sería de interés para las artes contemporáneas, pues estas se alimentan de trabajos sin resultados inmediatos. Hoy no hay obras terminadas, solo interés por la documantalidad de los procesos como mencionaría Groys.

A pesar de los miedos colectivos por el sonido y su envolvimiento imposible de “dejar atrás”, este es un buen ejemplo de la no ubicación de las artes contemporáneas y su actual proceso de invisibilización que ya refirió Virilio hace más de veinte años, ad portas del proceso curatorial de David en Documenta X.

Ontológicamente el objeto digitales es inaprensible para nuestros sentidos (me refiero al proceso de realidad digital y no a la finalidad de interfaz). La hiper reproductibilidad digital de los sonidos en el mundo y la culturización que nos deja para las artes sonoras es la importante posibilidad de fabricar retroactividades positivas en el fenómeno de la escucha de manera política, ética y estética para auralizar las artes contemporáneas y los entornos donde se ejerzan relaciones de subjetividad (que son la mayoría de las relaciones, por no decir todas).