13 nov 2016

Acotaciones provincianas sobre un debate nacional de Cerrillos

Con respecto a la contingencia y polémica suscitada por la creación del centro nacional de arte contemporáneo en Cerrillos me permito algunos alcances más coyunturales en principio para intentar unas primeras opiniones sobres este tipo de cosas.

En muchos de los debates públicos y privados de artistas, teóricos y supuestos expertos de arte, no se ha mencionado o puesto en el “problema” los aspectos “criollos” del chilenismo en materia de producción y gestión de las artes pos dictadura. 


En forma extremadamente resumida, los 90 despertaron un creciente movimiento de inscripción (tanto de artistas como curadores y teóricos) en una apresurada carrera internacionalista, la cual, sabemos hoy en día, no es relevante en ninguna historia consistente, a pesar de ciertos logros puntuales de individualidades que tuvieron cierto rigor creativo y contextual con los tiempos que les ha tocado vivir. Los principios del 2000 generaron -y aún existen las “herencias” de ello en multiplicidad de proyectos- una extraña situación de buenas intenciones vinculadas a las nostalgias de cambio de las vanguardias internacionales del siglo XX. Menciono que eran extrañas, pues, por experiencia directa con los colectivos, y lo que observé sobre las apropiaciones recurrentes de las ciencias (duras y políticas) con poquísimo rigor o respuesta responsable dentro de los términos políticos que se planteaban en los discursos: cuidadanía, anti ciudadanía, micro políticas barriales, cooperativas, residencias vinculadas a las localidades o los territorios, etc., ninguna de estas propuestas, y repito, ninguna, se instaura dentro de los discursos políticos que les han quedado demasiado grande dentro de los que realmente realizan. Los más comprometidos, por decirlo de alguna manera, no se han relacionado con lo ciudadano (si es que este es el concepto apropiado), sino a partir de las conveniencias de los barrios específicos que les ayudan a sustentar ciertos reconocimientos internacionales sobre el discurso postal del arte político chileno. Los demás solo son una anécdota simple de una repetición constante del reflejo de espejos cada vez más desgastados y viejos, pero con un discurso apoyado con tecnologías que hacen parecer que la cosa va de lo contemporáneo. Las propuestas de los pequeños grupos y también de los más grandes en un contexto cultural -en los últimos 20 años- solo han actuado reproduciendo lo que los gobiernos o populismos de turnos han necesitado para dar sustento a ficciones que ni siquiera tienen ubicación dentro de una investigación seria de lo cultural y lo más subjetivo que pueda estar sucediendo. La movilidad institucional de los distintos gobiernos post dictadura a este respecto puede verse como un "síntoma" de apropiaciones discursivas diferenciadas que han dependido, fuertemente, de las posiciones políticas de turno y de la tradición conservadurista criolla.  

De acuerdo a estas evidentes desidias nacionales se les suman las discordias y competencias por tajadas miserables de un país de tercer mundo (y aunque fueran tajadas de primer mundo serían igualmente miserables). Si, supuestamente, el capitalismo generó un tipo de competencia salvaje, los artistas nacionales son uno de los ejemplos más notorios en sus formas básicas de entablar relaciones. Hay tanta preocupación por miserables puestos que sustentan materialmente un período de vida; hay tanta ingenuidad, aún, en regiones principalmente, de querer ser vistos y reconocidos por los conceptos de escena (carencia de descentralización institucional), que se les olvida o no entienden las bases de problemas mayores con respecto a la construcción o reconstrucción de una cultura que no existe como tal en los términos de desarrollo artístico subjetivo. Muchos proyectos ganan financiamientos y generan ciertas instancias de lo que llamo artista publicitario, un tipo de trabajo donde lo estético no es un problema mayor ni discutible, sino las formas y mecanismos que se hacen complejos muestran las mejores maravillas posibles (de acuerdo a los presupuestos), donde, algunxs, aprenden, como repetición, a usar terminologías apropiadas a la moda artística internacional como lo que mencionaba antes sobre la política, los laboratorios, clínicas, ficcionalizaciones, agenciamientos etc., todas tomadas de la ciencia o de la filosofía, ni siquiera de la literatura teórica, pues nunca la discusión se ha visto por ahí; bueno menos en lo primero relacionado con los estudios de los términos mencionados). A estos gestores y/o artistas en realidad (por experiencia) no les interesa realmente los cambios y transformaciones de un mundo estético en otro posible no abarcado aún, sino el reconocimiento semi desesperado de una escena que no existe en ninguna parte del país (pues muy pocos miran internacionalmente, dentro de sus ambiciones, más que algunas residencias e instancias en algunos países que tienen problemas análogos y que generan discusiones y encuentros que solo quedan en las memorias de los invitados, los cuales poco les importa una vez que intentan gestionar sus propios proyectos, excepto cuando deben plantear posturas mínimas con respecto a los aconteceres coyunturales. La moda de esto ha llegado a crear simplezas políticas que no saben diferenciar bien que es un trabajo artístico dentro de complejidades estéticas, de uno político de acción, y en esa confusión no es difícil apropiarse de espacios de lectura artística.

Esta situación se viene dando hace mucho tiempo en Chile. La escena de avanzada y otros ya establecían dicotomías con respecto a lo correspondiente y consecuente que se debía hacer en las artes y que no. Esto ha perdurado en las discusiones actuales con respecto a las luchas de poder en multiplicidad de perspectivas baratas (políticas de gobierno, intentos de autonomía, etc.). No se ha logrado nada, o no mucho.

La creación del centro nacional de arte en cerrillos es un síntoma más del resumen rápido que he escrito, solo que más perfeccionado en algunos aspectos. Generalmente son las migajas del reconocimiento más que las del dinero (curioso e interesante para otra reflexión); el miedo a desaparecer desapercibido al parecer es bastante fuerte. El problema de esto es que los costos de desesperación por la gestión que se realiza o los métodos no alcanzan a medir las reales consecuencias de lo que están dejando como herencia. La obnubilación es sorprendente (quizá soy un ignorante y esto ha ocurrido desde que nos entendemos como humanos en distintos grados de importancia histórica). Vivimos momentos de urgencia tecnológica, ambiental, política, etc. y los pasteles siguen preocupados de tajadas de inscripciones provincianas e historicismo que nadie recordará con seriedad.

Una de las recurrentes fuerzas de los impulsos económicos en Chile es la poca creativa especulación inmobiliaria. Aquí, un primer aspecto donde no podemos ser ingenuos. Al gobierno no le interesa descentralizar casi nada, menos lo que más ignora, como son las artes contemporáneas. Lo que si puede hacer es realizar movimientos de circulación y desplazamiento de ambiciosos proyectos culturales a zonas donde se extenderá y subirá el precio de tierra (negocio puro y duro, y fome). Ahora le sumaremos las discordias del centro Cerrillos, ambiciosas y de planteamientos arbitrarios en el momento de establecer un proyecto que se contradice constantemente en los discursos públicos de cuales son las intenciones del mismo y cuales son los motivos de las decisiones de curatorías individualistas sumadas a irregularidades en lo que concierne a la aplicación de las leyes y que parchan con cambios de enfoques nominativos muy evidentes.

Yáñes no escapa a la generación que describía más arriba, es hijo de ella: ambiciosa y competitiva. Pero, obviamente no es el único. No les importa los patrimonios coleccionables; más bien parecieran querer trofeos de guerra, donde la Dibam ha jugado un papel extremadamente débil. Pero no es solo esa institución, sino todas las que no han logrado (generalmente por bajos presupuestos, el conservadurismo y los cortoplacismos políticos) comunicación horizontal con el mundo del arte (internacional), y las formas de ejercer presión o promesas para armar un proyecto en cerrillos que no se sustenta conceptualmente, pues contradice sus definiciones entre colección, museo y centro cultural. Si realmente intentara ser un proyecto positivamente ambicioso iniciaría los trabajos con reuniones de expertos y de pares pertinentes. Esto no se realiza porque también es un proyecto político de intereses gubernamentales, por lo que no quieren demasiadas molestias (si no estás de acuerdo te vas). De cualquier forma ni Chiuminatto ni Mellado lo harían necesariamente mejor, pues cada cual pelea por sus modelos sobre la construcción historicista y los lineamientos de lo contemporáneo de maneras telenovelescas (también son hijos de lo mismo). Las publicaciones que he leído del debate que se manifiestan a favor del proyecto las dejaré sin comentarios y solo mencionaré un caso particular, pues son de una fragilidad evidente y de intentos de descréditos análogos a los que menciono en este texto, donde los argumentos en contra de un investigador, por ejemplo, se leen con odios particulares. Un caso es la publicación de Duclos en The Clinic online el 8 de noviembre, donde utiliza un lenguaje que oculta su resquemor personal para con Mellado. Lo curioso es que quienes puedan leer ese texto, y si han leído a Mellado, se darán cuenta que las descalificaciones que realiza las hace usando terminología melladiana, es decir, usa la forma escritural de Mellado para descalificarlo como un tipo que estuviera muy molesto por cosas personales. Ahora, el texto da un giro cuando se comienza a referir en buenos términos al proyecto de Cerrillos. Es un texto muy fabricado, pareciera que fuera hecho a pedido, pues bordea el panfleto, donde se usa la fórmula de descalificación de alguien, que si bien ha generado muchas polémicas y a la vez es problemático, sin embargo no se le puede decir que no ha hecho nada positivo por el arte en Chile, es desmedida esa arenga e infantil. Luego pasa a dar su consentimiento del “centro cultural”. Realmente parece un texto de campaña, tal como realiza la crítica al investigador sobre su afiliación con la derecha del país. Paren el escándalo por favor! El debate no es serio en ninguna instancia, y uno de los motivos es el hermetismo del proyecto de Cerrillos, las irregularidades legistlativas del mismo, y las apropiaciones de conceptos, términos y establecimientos ambiciosos de generar historia con los costos que sean. Para los ciudadanos: el proyecto ha sido impuesto, no propuesto y las peleas que se han generado en torno a ello no han bajado el tono de la reciente historia de las rencillas de micro poderes del arte chileno pelador, egoísta y con ambiciones de portada de revista burguesa. Las cosas no son tan simples o bienintencionadas, pero si son simples en la estructura psíquica temperamental y delirante de la gran mayoría de los colegas que se dedican a las artes (de escala pequeña sin mella, y de escala un tanto mayor, también sin mella) y que con bastante pesar son mis contemporáneos. La televisión y teleseries me aburrieron hace demasiados años; sin comentarios para las teleseries baratas.

A pesar de mi desacuerdo con la forma de gestionar el proyecto de Cerrillos, ya está, se está realizando y hay que tenerlo en la mira y ver las relaciones que puede o no establecer con las demás instituciones. Mantener posiciones críticas. El problema es que, y es lo que planteo en este texto, estoy siendo pesimista en lo último, pues no veo por donde los artistas, teóricos y gestores cambien patologías que los mueven a actuar y tomar decisiones individualistas con baratos ejercicios de poder (cuando pueden acceder mínimamente a él). Antojadizismos aburridos y fomeques que siguen intentando internacionalismos desde principios de ambición provinciana.