La referencia que menciono en el título con respecto a “creadores
y creadoras” es con respecto a cualquier oficio que requiera y no
trabaje por prescindencia con respecto al término. En lo
correspondiente a las artes plásticas y visuales (no entraré en
detalles de distinción de estos términos en este texto) lo creativo ha devenido en un sinnúmero de variedades creativas y estéticas, las
cuales no se debaten en torno a sus instanciaciones culturales,
sociales y políticas. Partamos con una claridad histórica nacional:
el Estado chileno nunca ha considerado a las artes como un valor de
cambio material, tanto material en términos socio políticos, como
material en tanto cambios sustentables económicos. Las artes se han
considerado (desde escalas de precariedad, hasta proyectos de mayor
envergadura) como subsidiarias del o los discursos políticos
reificadores cortoplacistas, es decir, la formas en que se sustentan
cierto tipo de complejidades decorativas de bajas prospecciones.
La situación de un museo “central”, como es el museo nacional de
bellas artes, no escapa a lo que menciono antes. Existe cierto debate
en torno a la precariedad laboral y administrativa interna, como si
esta dependiera de individuos claramente identificados. Los y las
funcionarias que han trabajado en este recinto saben que esas
condiciones han existido desde que tienen memoria. Situaciones
específicas de error o desidia y sus cambios inmediatos no
solucionarán un problema que tiene complejidades variadas y que se
sustentan en la cultura general de un país. El museo, en su abandono
conceptual ni siquiera ha tenido claro que tipo de política
curatorial le corresponde, pues en más de 20 años (casi 30) sus
posición a oscilado entre lo que parece un museo bellas artes y uno
de arte contemporáneo.
Volvamos al asunto cultural nacional. El proceder neoliberal no se le
debe atribuir, solamente, a los dos gobiernos de Piñera, sino,
también, a los 20 años de concertacionismo. Algunas personas podrán
mencionar que uno es más duro que el otro, pero el principio es el
mismo. Y en este principio las artes no son moneda de cambio real.
Esa es la lógica y la ignorancia a la vez, y digo “ignorancia”
pues un capitalista inteligente y culto sabe bien que el arte
contemporáneo es una inversión monetaria de grandes proporciones.
La inversión cultural lo saben las personas cultas progresistas.
Desde los principios oligárquicos hasta hoy la relación con el arte
y la cultura, en este caso desde el museo al que hago referencia, no
conllevan importancia Cultural (con mayúscula) nacional y menos
internacional. Incluso aunque algunos historiadores de arte quisieran
reivindicar su supuesto esplendoroso nacimiento, solo baste recordar
que el mismo Anibal Pinto (bajo su fallida herencia ilustrada) fue el
que sabía que dar educación al pueblo era de gran riesgo. La
rentabilidad simbólica de ese entonces era sobre claras posiciones
de estatus republicano en tanto emulación europizante de una mirada
consagradamente educada que, obviamente, no consideraba al “vulgo”.
Algo como el impresionismo no podía ser considerado, en se entonces,
hasta que fuera “formalmente” reconocido por el principio
totemizador de esa vieja Europa.
La rentabilidad hoy está separada por dos vertientes fallidas: la no
sincera popularización de las artes y la cultura y la
individualización de los artistas y agentes culturales
aspiracionales. Aún así no es realmente rentable dentro de la
ignorancia política, solo y si, en una leve retribución de campaña
y pensamiento cortoplacista, en el cual la cantidad de artistas que
están dispuestos a aceptar las migajas institucionales son
bastantes, y aumentan. Una cultura en artes es imposible que se
construya con seriedad ni siquiera en un mediano plazo, y esta
realidad acarrea evidentes costos. No pocos y pocas podrán rebatirme
apelando a que en las últimas décadas ha habido un aumento de
asistencia a los museos y a otras instancias artístico culturales.
Esto último no nos dice gran cosa si pensamos en los simples
adoctrinamientos de las asesorías turísticas como modelo
internacional. Santiago a estado aprendiendo de eso. Las cantidades
que encarnan las mediciones no tienen asidero ni cercanía con la
cualidad crítica de ese aumento.
El arte no le importa al Estado, no es visto como un agente de cambio
simbólico (quizá ni siquiera entienden lo que es). El arte le
importa cada vez menos a los artistas, los y las cuales crecen en
número en los codazos y posicionamientos pseudo estratégicos.
Aumenta el profesionalismo versus disminuye la cualidad de un sujeto
integral, honesto e involucrado con su supuesta posición de agente
creador de subjetividad rigurosa. Los términos: político, sociedad,
cultura, nuevos medios, etc., son solo conceptos apropiados para
ejercer modas en las que participa la estética traída de otras
modas de bienales, e incluso incorporadas a algunas ferias. El
artista es un pequeño obrero neoliberal peleando por un puesto,
algunos con la ilusión de un éxito relativo y otros con el
resentimiento y envidia con respecto a los primeros.
El modelo país, bajo la precarización de la institucionalización,
acarrea sin plan consistente todos los vicios de estrategias
precarizantes bajo consignas de cultura. Los principios históricos
oligárquicos en los cuales se fundó el museo se mantienen, pero
solo en críticos y periodistas parcializados con notas dominicales.
Desde el regreso de la “democracia” la popularización de las
artes ha sustentado la precariedad política y pésima educación de
los agentes a cargo de las políticas culturales. Los y las artistas,
desde estos períodos, que comienzan el intento de sistematización
inscriptivo solo siguen la nostalgia de las primeras oligarquías
puestas hoy en intentos de burguesía infructuosa. Mal camino, pues
el acercamiento a la validación de esas posiciones es correr a los
lugares de mayor ignorancia sobre las urgencias de un mundo. Pero
como podrían saberlo?, si la precarización de sus miedos es el
desaparecer sin reconocimiento, esto a costa de invisibilizar a quién
se preste en el camino.
La pauperización de lo laboral, la relación socio cultural de
clases, las pseudo políticas ligadas al tema y muchos mas vicios
correspondientes a una larga lista de invisibilizaciones que no se
consideran si no son puestas a favor de la vitrina de los artistas y
sus amigos (y/o el amigo estratega) ni siquiera son el alfiler de la
punta del iceberg de la precarización fundante y re fundante del
ejemplo que nos sucede en el primer museo de bellas artes de
latinoamérica.