Aunque, personalmente, no estoy del todo de acuerdo con la realización de conciertos (en el sentido clásico del término) en los eventos o festivales de arte sonoro, creo que en el caso del festival Tsonami que realizamos en la ciudad de Valparaíso, estos tienen cualidades que comienzan a desbordar la condición de la propia programación histórica del término. Este fenómeno no se ha dado en forma planificada de antemano, sino que se ha generado a través de la experiencia.
Una de las elecciones de estructura que concentran la escucha de las tardes de conciertos en Tsonami es la decisión que tomamos después del 2011 con respecto a los mínimos pie forzados para quienes asisten al evento/acontecimiento. Muy simple: retomar la tradición de “silencio” de los conciertos clásicos de música: no se permite entrar al concierto una vez empezado este, solo se puede en los intervalos. Esta decisión y puesta en marcha, si bien solo muestra, en una primera instancia, un formalismo, es mucho más que eso.
La escucha concentrada que nos propone cierta vertiente del paisajismo sonoro es fundamental en el argumento de este ensayo. La relación que establecemos con el acontecimiento escucha está forzado, sinestésica y culturalmente por los enfoques temporales que empleemos para con los planos generales y particulares que afecten la intermediación relacional (en este caso, la relación de un organismo humano con un contexto o entorno sonoro). Si mi concentración pretende intentar escuchar el caminar de una araña en un árbol de corteza seca al lado de un río (sin instrumentos tecnológicos) me será muy difícil o casi imposible oírla. Si mi estudio o interés corresponde a esto, estoy perdiendo el tiempo sin darme cuenta del problema de aislamiento que los científicos nomotéticos del siglo XIX entendieron tan bien, pero que vivieron tan ingenuamente con respecto a la integración de quién percibe, como de quién es percibido. Es evidente, en la escucha, “sin artefacto”, que si pretendo ampliar mi percepción acústica del sonido de la araña en un tipo de madera específica, debo “aislar” el río. El río, por un momento no existe. No es una no existencia ontológica, sino un momento compositivo inevitable en cualquier encuadre de estudio de acuerdo a nuestra dimensión abarcativa (la cual cambia, obviamente).
La escucha concentrada puede tener un buen empuje usando experiencias de cientos de años occidentales. En el año 2011 el “público” a Tsonami entraba y salía a diestra y siniestra. No queríamos restringir esa libertad performática. Sin embargo, dada las cualidades de los invitados que traemos y los momentos delicados de sonoridades finas y detalladas, el deambular de los asistentes se transformaba, más que algo interesante dentro del acontecimiento performático, en una gran molestia de desconcentración generalizada. Era la situación de poca atención a lo específico que se planteaba como hipótesis de arte sonoro en esta región (en este caso desde los conciertos).
Situación clásica: no se puede entrar a los conciertos si ya han comenzado. Este simple ejercicio tradicional, adoptado de la música más tradicional, generó SILENCIO. La utopía de Cage. La imposible realidad de este silencio si existe en los estados de concentración. Esto no es un pub donde puedes escuchar algo de fondo; requiere concentración, requiere que guardes silencio, requiere que entres en una invitación de concentración acústica Otra.
Si bien a Tsonami le quedan conciertos para rato, su movilidad y desarrollo, desde hace 3 años, nos plantea un acercamiento al desborde del formato concierto en sus propias condiciones, mostrando la belleza apropiativa de cualquier tradición clásica u histórica para con las cualidades de la exposición concentrada. No la de un recital educado, sino la de experienciar las posibilidades sonoras de un mundo creativo abierto a lo que solemos llamar transdisciplinar.