En las tomas de decisiones generales y públicas la vinculación con la afectividad particular no puede tomarse a la ligera. Esto sin mencionar el afecto vivido por el poder y las “necesidades” económicas (reales o no).
En un texto publicado en mi blog menciono que “... las percepciones particulares y generales de subjetivación dependen de la construcción o adopción de signos que sustenten, por el tiempo que sea necesario, las representaciones de un mínimo de convención, ya sea práctica o “completamente” inútil.” En ese texto refería la idea a la constitución de realidades simbólicas dependientes, obviamente, de la interacción social y convencional, a través del lenguaje en sus múltiples posibilidades. Concepciones de un “Estar” coyuntural, histórico y diacrónico. En el mismo texto mencionaba esas reflexiones vinculándolas al ejercicio de adopción de modelos de importación simbólica por parte de la ciudad de Valparaíso de chile, los cuales tenían que ver, específicamente, con lo que se llama el modelo barcelona y que esta ciudad exporta (hoy están empezando a cambiar unas cuantas cosas, pero eso sería otro artículo o ensayo, como lo quieran llamar).
Lo que me interesa en este texto es la complejidad de la subjetivación privada y pública en el campo decisional, sus mínimas o máximas sobrevivencias en los campos de adopción social (en esta caso de las artes) y la particularidad afectiva/temperamental que mueve (muchas veces en forma “invisible”) los entramados de estos lenguajes al hacerse “efectivos” en el convivir y en los estudios de apropiación retroactiva del conmorir.
La reflexión la intentaré desde un principio dicotómico que arrastra el quehacer, dicotomía que, en el caso del arte, se manifiesta desde una separatividad anacrónica en el momento de optar por un ejercicio u otro, o más radical, en el momento de optar por una vida u otra.
La subjetivación individual, evidentemente, está intrínsecamente ligada a la subjetivación de los campos de convivencia; de las relaciones adoptivas; de las codificaciones histórico coyunturales. En palabras simples y reductivas: de la cultura. Ahora bien, esta subjetivación puede mantenerse o ser cambiada desde el (los) individuo(s) y extenderse a la cultura (algunos plantearán que es en el orden opuesto, no es el tema del texto). Mantenerse y/o cambiarse es el tema del texto. Entre mantenerse y cambiarse escribo un “y/o” pues no existe una radicalidad entre la adopción de uno u otro como modelos cerrados, sino más bien, muchas veces entramados, pero, según mi opinión, lamentablemente, llevados acabo (aún) como elecciones dicotómicas.
Un ejemplo del tema puede verse en la relación dicotómica entre el “retraerse individual” y el actuar como intervención en la realidad. Para el primer caso, una de las mejores consecuencias puede verse en el fenómeno occidental del individualismo, para el segundo la política; en el primero la no acción, el espíritu inamovible, en el segundo el espíritu como fuerza de cambio; el primero, mantenedor y casos de conservadurismo continuista, en el segundo el progresismo. Este segundo en su intento intervencionista (activo y pasivo) nos lleva, en casos específicos, al principio de lo epistemológico, es decir, buscador del movimiento activo, descubridor, interrogador y creador del conocimiento.
Entre estas dos “posturas” existe una creencia que aún descansa en las polaridades dicotómicas entre un estado u otro. Me atrevería a decir que dentro de la individuación esta dicotomía es más acentuada, pues la relación activa posibilitante no llevada a cabo diferencia de entrada y mira desde una distancia ese accionar no realizado. En cambio la actividad “transformadora” separa menos la polaridad, pues su condición también se vive en el individuo y en su soledad, es una realidad en que se encuentran los dos “grupos”, la diferencia es que el segundo se relaciona, en algún momento u otro, con las dos instancias, en cambio el primero solo con un campo cerrado de observación.
En este contexto, la adopción o incorporación de signos tiene un tiempo de vida diferenciado entre un grupo y otro. No todo artista individualista es conservador, y no todo artista conservador se limita al ejercicio de su campo subjetivo individual. Sin embargo es claro que, en el caso del conservador, la incorporación de signos intentará ser de una vida prolongada y estirada lo más posible. La inquietud cambiante, en cambio, buscará contextos críticos que pongan a prueba, constantemente, las incorporaciones referenciales, por lo que su vida tenderá a ser más breve (por lo menos por un tiempo, pues se dan casos de revisiones e incorporaciones de modelos “superados” y vueltos a poner en ejercicio contemporáneo, como es el caso de la revisión -preferentemente no académica- de las vanguardias históricas).
Ahora bien, esta dicotomía entre “pasividad” y “actividad” es una ficción anacrónica perpetuada. Hasta en una decisión política radical la afectividad particular e individual es un elemento crucial. El activismo artístico, la inquietud desmesurada de etimologías, filologías, carreteras y roller coaster semióticas no se separan de una afectividad privada, individual e íntima.
Sin embargo no estoy deacuerdo, del todo, con la idea de que el arte por si solo generaría un accionar político, y esto lo refiero al contexto en que vivimos hoy, pues la relación que tiene un artista de taller “no involucrado” en su propio proceso (conciente o no) de crisis movilizadora, individual, reproduce en su cuerpo (creativo y físico) un sistema duro que lo a educado como tal, en la ficción de obtener los mejores beneficios posibles de su “pasiva” actividad creativa. Obviamente existen muchas variaciones no cerradas: casos de realizadores no concientes del papel político de sus obras (y que otros la ven) y casos de artistas activistas que no creen realmente en lo que hacen, pero continúan por algún tipo de intuición o vinculación estética del problema, o sea, estetizan el problema, sin entrar en el mismo.
No he visto, aún, que se reflexione en las academias artísticas de esto, lo que provoca separaciones entre estudios y acciones como el taller, la teoría, el accionar, la reflexividad dura, las diferenciaciones entre un campo de aula y otro de práctica manual. De todas formas no creo, hace un buen tiempo, que la academia sea una respuesta a variadas contemporaneidades, pues las inclusiones nacionales en este aspecto son pasivas o tardías. No se puede esperar una inflexión crítica profunda de facultades de arte de las universidades de chile mientras mantengan una lógica de clientelismo académico.
Volviendo al punto de la ficción dicotómica en la actividad y reflexión de arte quiero mencionar un último caso de subgrupo insertado en esta lógica que llamaré como reformistas, tomando el término intermedio (de las ciencias políticas) entre un grupo conservador versus otro progresista. Es lo que se puede ver en el ejemplo de los izquierdismos blandos o socialismos de fines del siglo XX en el mundo. En chile el mejor ejemplo fue (es) la concertación, pero solo en el discurso, pues los reformistas continúan con un modelo en crisis, intentando mejorarlo, pues aspiran a llevarlo a sus mejores condiciones posibles para un “arreglo” de sus falencias. Parecen activos propulsores (como muchas ongs), pero traen el terrible peligro de la conservación reformulada.
Bueno, el último ejemplo de los reformistas extrapolado a las artes lo menciono pensando en los continuadores de una tradición del hacer arte, los cuales toman referentes y condimentos contemporáneos para aplicarlos a sistemas tradicionales de llevar a cabo las prácticas y discursos. Este reformista no realizaría una posible revisión de una historia, cercana o lejana, de las artes para llevarlas a una lectura concerniente a una contemporaneidad específica o general, sino que toma los elementos realizados como fenómenos formales para aplicarlos, “a la ligera”, en superficies actuales. Los ejemplos los pueden ver muchos estudiantes de arte en variadas escuelas y facultades, o sea, es un síntoma fuertemente académico. De todas formas, como fenómeno, puede ser un material de investigación.
Mi interés se radicaliza, en este caso, en los extremos, es decir, donde se encuentran los contenidos de “pugna dicotómicos” entre el no involucrarse y el activar movilización de campo. Los dos (el primero muchas veces no conciente) son energía hacedora en tensión, fuerzas que, en primera y última instancia, conviven y se necesitan. El mencionado reformista es el punto medio, un formulador de continuidad aseguradamente convencionalizada, creador de ficción de aceleramiento, es lo que algunos podrían llamar el intelectual o artista tardomoderno.
Para terminar, solo quiero mencionar un ejemplo simple de una “actividad” oriental: existe una no acción, una no interferencia de las cosas en ciertas posturas y a la vez un accionar “efectivo” de las fuerzas del cuerpo para con la realidad. Una y otra no se viven como opuestas o diferentes, sino que conviven en una relación de unidad. El caso del accionar es más claro de entender con respecto a su potencial transformador, sin embargo el mantenerse en una no interferencia no lo percibimos en primeras lecturas. En este caso de ejemplo oriental el no accionar es un no incidir Activo, es lo que se podría relacionar con la soledad creativa individual, el proceso de interiorización que no rechaza ni separa la realidad que nos moviliza en las decisiones estrechamente convividas y muchas veces determinadas por la alteridad y la claridad de la "presencia" del Otro.