Con
respecto a la contingencia y polémica suscitada por la creación del
centro nacional de arte contemporáneo en Cerrillos me permito
algunos alcances más coyunturales en principio para intentar unas
primeras opiniones sobres este tipo de cosas.
En
muchos de los debates públicos y privados de artistas, teóricos y
supuestos expertos de arte, no se ha mencionado o puesto en el
“problema” los aspectos “criollos” del chilenismo en materia
de producción y gestión de las artes pos dictadura.
En forma
extremadamente resumida, los 90 despertaron un creciente movimiento
de inscripción (tanto de artistas como curadores y teóricos) en una
apresurada carrera internacionalista, la cual, sabemos hoy en día,
no es relevante en ninguna historia consistente, a pesar de ciertos
logros puntuales de individualidades que tuvieron cierto rigor
creativo y contextual con los tiempos que les ha tocado vivir. Los
principios del 2000 generaron -y aún existen las “herencias” de
ello en multiplicidad de proyectos- una extraña situación de buenas
intenciones vinculadas a las nostalgias de cambio de las vanguardias
internacionales del siglo XX. Menciono que eran extrañas, pues, por
experiencia directa con los colectivos, y lo que observé sobre las
apropiaciones recurrentes de las ciencias (duras y políticas) con
poquísimo rigor o respuesta responsable dentro de los términos
políticos que se planteaban en los discursos: cuidadanía, anti
ciudadanía, micro políticas barriales, cooperativas, residencias
vinculadas a las localidades o los territorios, etc., ninguna de
estas propuestas, y repito, ninguna, se instaura dentro de los
discursos políticos que les han quedado demasiado grande dentro de
los que realmente realizan. Los más comprometidos, por decirlo de
alguna manera, no se han relacionado con lo ciudadano (si es que este es el concepto apropiado), sino a partir
de las conveniencias de los barrios específicos que les ayudan a
sustentar ciertos reconocimientos internacionales sobre el discurso
postal del arte político chileno. Los demás solo son una anécdota
simple de una repetición constante del reflejo de espejos cada vez
más desgastados y viejos, pero con un discurso apoyado con
tecnologías que hacen parecer que la cosa va de lo contemporáneo.
Las propuestas de los pequeños grupos y también de los más grandes
en un contexto cultural -en los últimos 20 años- solo han actuado
reproduciendo lo que los gobiernos o populismos de turnos han
necesitado para dar sustento a ficciones que ni siquiera tienen
ubicación dentro de una investigación seria de lo cultural y lo más
subjetivo que pueda estar sucediendo. La movilidad institucional de los distintos gobiernos post dictadura a este respecto puede verse como un "síntoma" de apropiaciones discursivas diferenciadas que han dependido, fuertemente, de las posiciones políticas de turno y de la tradición conservadurista criolla.
De
acuerdo a estas evidentes desidias nacionales se les suman las
discordias y competencias por tajadas miserables de un país de
tercer mundo (y aunque fueran tajadas de primer mundo serían
igualmente miserables). Si, supuestamente, el capitalismo generó un
tipo de competencia salvaje, los artistas nacionales son uno de los
ejemplos más notorios en sus formas básicas de entablar relaciones.
Hay tanta preocupación por miserables puestos que sustentan
materialmente un período de vida; hay tanta ingenuidad, aún, en
regiones principalmente, de querer ser vistos y reconocidos por los
conceptos de escena (carencia de descentralización institucional), que se les olvida o no entienden las bases de
problemas mayores con respecto a la construcción o reconstrucción
de una cultura que no existe como tal en los términos de desarrollo
artístico subjetivo. Muchos proyectos ganan financiamientos y
generan ciertas instancias de lo que llamo artista publicitario, un
tipo de trabajo donde lo estético no es un problema mayor ni
discutible, sino las formas y mecanismos que se hacen complejos
muestran las mejores maravillas posibles (de acuerdo a los
presupuestos), donde, algunxs, aprenden, como repetición, a usar
terminologías apropiadas a la moda artística internacional como lo
que mencionaba antes sobre la política, los laboratorios, clínicas, ficcionalizaciones, agenciamientos etc., todas tomadas de la ciencia o de
la filosofía, ni siquiera de la literatura teórica,
pues nunca la discusión se ha visto por ahí; bueno menos en lo
primero relacionado con los estudios de los términos mencionados). A
estos gestores y/o artistas en realidad (por experiencia) no les
interesa realmente los cambios y transformaciones de un mundo
estético en otro posible no abarcado aún, sino el reconocimiento
semi desesperado de una escena que no existe en ninguna parte del
país (pues muy pocos miran internacionalmente, dentro de sus
ambiciones, más que algunas residencias e instancias en algunos
países que tienen problemas análogos y que generan discusiones y
encuentros que solo quedan en las memorias de los invitados, los
cuales poco les importa una vez que intentan gestionar sus propios
proyectos, excepto cuando deben plantear posturas mínimas con
respecto a los aconteceres coyunturales. La moda de esto ha llegado a
crear simplezas políticas que no saben diferenciar bien que es un trabajo artístico dentro de complejidades
estéticas, de uno político de acción, y en esa confusión no es difícil apropiarse de espacios de
lectura artística.
Esta
situación se viene dando hace mucho tiempo en Chile. La escena de
avanzada y otros ya establecían dicotomías con respecto a lo
correspondiente y consecuente que se debía hacer en las artes y que
no. Esto ha perdurado en las discusiones actuales con respecto a las
luchas de poder en multiplicidad de perspectivas baratas (políticas
de gobierno, intentos de autonomía, etc.). No se ha logrado nada, o
no mucho.
La
creación del centro nacional de arte en cerrillos es un síntoma más
del resumen rápido que he escrito, solo que más perfeccionado en
algunos aspectos. Generalmente son las migajas del reconocimiento más
que las del dinero (curioso e interesante para otra reflexión); el
miedo a desaparecer desapercibido al parecer es bastante fuerte. El
problema de esto es que los costos de desesperación por la gestión
que se realiza o los métodos no alcanzan a medir las reales
consecuencias de lo que están dejando como herencia. La obnubilación
es sorprendente (quizá soy un ignorante y esto ha ocurrido desde que
nos entendemos como humanos en distintos grados de importancia
histórica). Vivimos momentos de urgencia tecnológica, ambiental,
política, etc. y los pasteles siguen preocupados de tajadas de
inscripciones provincianas e historicismo que nadie recordará con
seriedad.
Una
de las recurrentes fuerzas de los impulsos económicos en Chile es la
poca creativa especulación inmobiliaria. Aquí, un primer aspecto
donde no podemos ser ingenuos. Al gobierno no le interesa
descentralizar casi nada, menos lo que más ignora, como son las
artes contemporáneas. Lo que si puede hacer es realizar movimientos
de circulación y desplazamiento de ambiciosos proyectos culturales a
zonas donde se extenderá y subirá el precio de tierra (negocio puro
y duro, y fome). Ahora le sumaremos las discordias del centro
Cerrillos, ambiciosas y de planteamientos arbitrarios en el momento
de establecer un proyecto que se contradice constantemente en los
discursos públicos de cuales son las intenciones del mismo y cuales
son los motivos de las decisiones de curatorías individualistas
sumadas a irregularidades en lo que concierne a la aplicación de las
leyes y que parchan con cambios de enfoques nominativos muy
evidentes.
Yáñes no escapa a
la generación que describía más arriba, es hijo de ella: ambiciosa
y competitiva. Pero, obviamente no es el único. No les importa los
patrimonios coleccionables; más bien parecieran querer trofeos de
guerra, donde la Dibam ha jugado un papel extremadamente débil. Pero
no es solo esa institución, sino todas las que no han logrado
(generalmente por bajos presupuestos, el conservadurismo y los cortoplacismos políticos) comunicación horizontal con el
mundo del arte (internacional), y las formas de ejercer presión o
promesas para armar un proyecto en cerrillos que no se sustenta
conceptualmente, pues contradice sus definiciones entre colección,
museo y centro cultural. Si realmente intentara ser un proyecto
positivamente ambicioso iniciaría los trabajos con reuniones de
expertos y de pares pertinentes. Esto no se realiza porque también
es un proyecto político de intereses gubernamentales, por lo que no
quieren demasiadas molestias (si no estás de acuerdo te vas). De
cualquier forma ni Chiuminatto
ni
Mellado lo harían necesariamente mejor, pues cada cual pelea por
sus modelos
sobre la construcción historicista y los lineamientos de lo
contemporáneo de maneras telenovelescas (también son hijos de lo
mismo). Las publicaciones que he leído del debate que se manifiestan
a favor del proyecto las dejaré sin comentarios y
solo mencionaré un caso particular,
pues son de una fragilidad evidente y de intentos de descréditos
análogos a los que menciono en este texto,
donde los argumentos en contra de un investigador, por ejemplo, se
leen con odios particulares. Un caso
es la publicación de Duclos
en The Clinic online el 8 de noviembre, donde utiliza un lenguaje que
oculta su resquemor personal para con Mellado. Lo curioso es que quienes
puedan leer ese texto, y si han leído a Mellado, se darán cuenta
que las descalificaciones que realiza las hace usando terminología
melladiana, es decir, usa la forma escritural de Mellado
para descalificarlo como un tipo que estuviera
muy molesto por cosas personales. Ahora, el texto da un giro cuando
se comienza a referir en buenos términos al proyecto de Cerrillos.
Es un texto muy fabricado, pareciera que fuera hecho a pedido, pues
bordea el panfleto, donde se usa la fórmula de descalificación de
alguien, que si bien ha generado muchas polémicas y a la vez es
problemático, sin embargo no se le puede decir que no ha hecho nada
positivo por el arte en Chile, es desmedida esa arenga e infantil.
Luego pasa a dar su consentimiento del “centro cultural”. Realmente parece un texto de campaña, tal como realiza la crítica
al investigador sobre su afiliación con la derecha del país. Paren
el escándalo por favor! El debate no es serio en ninguna instancia,
y uno de los motivos es el hermetismo del proyecto de Cerrillos, las irregularidades legistlativas del mismo, y las apropiaciones de
conceptos, términos
y establecimientos ambiciosos de generar historia con los costos que
sean. Para los ciudadanos: el proyecto ha sido impuesto, no propuesto
y las peleas que se han generado en torno a ello no han bajado el
tono de la reciente historia de las rencillas de micro poderes del
arte chileno pelador,
egoísta y con ambiciones de portada de revista burguesa. Las cosas
no son tan simples o bienintencionadas, pero si son simples en la
estructura psíquica temperamental y delirante de la gran mayoría de
los colegas que se dedican a las artes (de escala pequeña sin mella,
y de escala un tanto mayor, también sin mella) y que con bastante
pesar son mis contemporáneos. La televisión y teleseries me
aburrieron hace demasiados años; sin comentarios para las teleseries
baratas.
A
pesar de mi desacuerdo con la forma de gestionar el proyecto de
Cerrillos, ya está, se está realizando y hay que
tenerlo
en la mira y ver las relaciones que puede o no establecer con las
demás instituciones. Mantener posiciones críticas. El problema es
que, y es lo que planteo en este texto, estoy siendo pesimista en lo
último, pues no veo por donde los artistas, teóricos y gestores
cambien patologías que los mueven a actuar y tomar decisiones
individualistas con baratos ejercicios de poder (cuando pueden
acceder mínimamente a él). Antojadizismos aburridos y fomeques que
siguen intentando internacionalismos desde principios de ambición
provinciana.