18 abr 2014

Arte y catástrofe

Es pertinente preguntarse hoy algo que que no es nuevo: ¿los entendimientos y alcances de los distintos discursos y prácticas en torno al arte de nuestro tiempo (en las diferentes realidades socio culturales, político, estatales, etc. que en realidad cada vez son menos distintas) son pertinentes, valóricamente, con respecto a la “realidad” socio económica, política o empresarial (no solo como realidad de empresa histórica, sino como lógica de pensamiento) que, directa o indirectamente refleja y determina condiciones de cualidad de vida material? ¿Es pertinente el arte de nuestros tiempos, cuando el peor incendio de la historia de una ciudad devela la precariedad simbólica y material de un territorio, silenciado por el aspiracionismo decimonónico del arte elevado en su condición de producción de subjetividades ontológicamante complejas y necesarias para el intelecto?

Que es primero: las condiciones de sensibilidad y desarrollo de intelecto social para reaccionar hacia creativas y reflexivas formas de cambiar las condiciones básicas materiales de realidad? o son las condiciones económicas las que determinan la técnica? (en el entendido etimológico de arte).

¿Cual es la necesidad de un discurso simbólico en medio de extremas carencias simbólico prácticas reales de sobrevivencia y exterminio. El hecho de especular con el concepto de exterminio pasa por una lógica de enajenación sígnica y ontológica por parte del enajenado, el cual vive en su particularidad, sustentada en la carencia como base de la necesaria victimización financiada por sistema y el Estado. El exterminio es el adelanto de la huella que espera su desaparición.

Un país muy débil en planificación urbana (o nula) es el alimento del capitalismo de catástrofe. La relación estética, diseminada y fragmentada, al parecer, nos alcanza como muestrario anecdótico en la develación o protesta con base simbólica artístico contemporánea, pero no como vinculación con los procesos de transformación simbólica de condiciones locales para el aporte a un tipo de fortalecimiento colectivo que genere, eventualmente, planificaciones culturales con bases transformadoras; no solo las prospecciones de culto, sino las que ejercen complicidad con los entornos en donde se enmarcan y desde donde deberían, también, nacer. Sabemos que el capitalismo cognitivo no necesita de obligatoriedades identitarias desde la fuerza, sino que fabrica mecanismos de subjetivación, a partir de los cuales la ficción de “necesidad” es ejercida por el propio sujeto, y hasta exigida como derecho. Ahora bien, la devaluación de esta lógica, su excedente negativo, la masificada entropía olvidada se manifiesta y se nos presenta de forma abrupta en las catástrofes, en el provocado auto exterminio de quienes no planifican una habitabilidad, sino que toman la que se les presenta. En esta misma lógica, la segmentación de condiciones culturales, económicas es el mecanismo adelantado de la complicidad del delito de intento de exterminio. La borradura, en este caso, extermina.

La reacción de distracción, de divertimento por parte de artistas espectaculares solo velan un momento más (si es que lo logran), siendo parte de una misma forma estructural de construcción desvinculatoria de posibles procesos duros de empoderamientos simbólicos para construcciones culturales consistentes a mediano y largo plazo. Pero hace mucho tiempo que chilers no calcula a largo plazo en estos temas. El poder de la destrucción inevitable ejerce resguardos político económicos que no dimensionan la real catástrofe por venir si se continúa en la misma fiesta de desvinculación destructiva.

El arte especulativo también es cómplice, no andemos con eufemismos; alimenta las inquietudes distractivas de una pseudo herencia puritana, o por lo menos un puritanismo aspiracional. Ahora, ¿miramos los paradigmas internacionales como posibles ejes referenciales del arte político? Radicalizamos las relaciones de subjetividad desde las plataformas locales? Pero cuales? Si aún persiste en la pésima educación del grueso de masa artística la dicotomía entre el pensamiento teórico crítico y lo práctico.

Esto ni siquiera es una rememoranza referencial a Adorno sobre la imposibilidad del hacer poético después del holocausto, pues las condiciones actuales, aún a pesar de la cosificación de las vanguardias históricas, se nos presentan desde nuevas ópticas georreferenciales a partir del pos fordismo. El asunto es que la vinculación vanguardista con la posibilidad del cambio de la realidad es un “espectro” en el imaginario artístico porteño.

Las condiciones del arte no pueden enfrentar ni prevenir (en lo inmediato) una catástrofe, mientras dentro sus propios campos las relaciones de interrogación no han dejado de ser una catástrofe simbólico práctico desde hace muchos años.