Es pertinente preguntarse
hoy algo que que no es nuevo: ¿los entendimientos y alcances de los
distintos discursos y prácticas en torno al arte de nuestro tiempo
(en las diferentes realidades socio culturales, político, estatales,
etc. que en realidad cada vez son menos distintas) son pertinentes,
valóricamente, con respecto a la “realidad” socio económica,
política o empresarial (no solo como realidad de empresa histórica,
sino como lógica de pensamiento) que, directa o indirectamente
refleja y determina condiciones de cualidad de vida material? ¿Es
pertinente el arte de nuestros tiempos, cuando el peor incendio de la
historia de una ciudad devela la precariedad simbólica y material de
un territorio, silenciado por el aspiracionismo decimonónico del
arte elevado en su condición de producción de subjetividades
ontológicamante complejas y necesarias para el intelecto?
Que es primero: las
condiciones de sensibilidad y desarrollo de intelecto social para
reaccionar hacia creativas y reflexivas formas de cambiar las
condiciones básicas materiales de realidad? o son las condiciones
económicas las que determinan la técnica? (en el entendido
etimológico de arte).
¿Cual es la necesidad de
un discurso simbólico en medio de extremas carencias simbólico
prácticas reales de sobrevivencia y exterminio. El hecho de
especular con el concepto de exterminio pasa por una lógica de
enajenación sígnica y ontológica por parte del enajenado, el cual
vive en su particularidad, sustentada en la carencia como base de la
necesaria victimización financiada por sistema y el Estado. El
exterminio es el adelanto de la huella que espera su desaparición.
Un país muy débil en
planificación urbana (o nula) es el alimento del capitalismo de
catástrofe. La relación estética, diseminada y fragmentada, al
parecer, nos alcanza como muestrario anecdótico en la develación o
protesta con base simbólica artístico contemporánea, pero no como
vinculación con los procesos de transformación simbólica de
condiciones locales para el aporte a un tipo de fortalecimiento
colectivo que genere, eventualmente, planificaciones culturales con
bases transformadoras; no solo las prospecciones de culto, sino las
que ejercen complicidad con los entornos en donde se enmarcan y desde
donde deberían, también, nacer. Sabemos que el capitalismo
cognitivo no necesita de obligatoriedades identitarias desde la
fuerza, sino que fabrica mecanismos de subjetivación, a partir de
los cuales la ficción de “necesidad” es ejercida por el propio
sujeto, y hasta exigida como derecho. Ahora bien, la devaluación de
esta lógica, su excedente negativo, la masificada entropía olvidada
se manifiesta y se nos presenta de forma abrupta en las catástrofes,
en el provocado auto exterminio de quienes no planifican una
habitabilidad, sino que toman la que se les presenta. En esta misma
lógica, la segmentación de condiciones culturales, económicas es
el mecanismo adelantado de la complicidad del delito de intento de
exterminio. La borradura, en este caso, extermina.
La reacción de
distracción, de divertimento por parte de artistas espectaculares
solo velan un momento más (si es que lo logran), siendo parte de una
misma forma estructural de construcción desvinculatoria de posibles
procesos duros de empoderamientos simbólicos para construcciones
culturales consistentes a mediano y largo plazo. Pero hace mucho
tiempo que chilers no calcula a largo plazo en estos temas. El poder
de la destrucción inevitable ejerce resguardos político económicos
que no dimensionan la real catástrofe por venir si se continúa en
la misma fiesta de desvinculación destructiva.
El arte especulativo
también es cómplice, no andemos con eufemismos; alimenta las
inquietudes distractivas de una pseudo herencia puritana, o por lo
menos un puritanismo aspiracional. Ahora, ¿miramos los paradigmas
internacionales como posibles ejes referenciales del
arte político? Radicalizamos las relaciones de subjetividad desde
las plataformas locales? Pero cuales? Si aún persiste en la pésima
educación del grueso de masa artística la dicotomía entre el
pensamiento teórico crítico y lo práctico.
Esto ni siquiera es una
rememoranza referencial a Adorno sobre la imposibilidad del hacer
poético después del holocausto, pues las condiciones actuales, aún
a pesar de la cosificación de las vanguardias históricas, se nos
presentan desde nuevas ópticas georreferenciales a partir del pos
fordismo. El asunto es que la vinculación vanguardista con la
posibilidad del cambio de la realidad es un “espectro” en el
imaginario artístico porteño.