(Texto de verano recuperado de Linux)
Valparaíso hoy me es extraño, tal vez ajeno desde un constante desencanto de lo que quiero considerar como intenciones sinceras y metodológicas de “la divergencia” en el trabajo de lo que, básicamente, se puede llamar cultura o arte. Esto dentro de una generalidad pues, obviamente existen algunas pocas excepciones.
La capitalización de la sensibilidad hace estragos en la gran mayoría de los niveles de enajenamiento y gestión de intento de “conciencias” que he podido ver.
Los trabajos de desencanto mas radicales son rabiosos como una canción punk, que en nuestros días no tiene mayor relevancia, pues, o es un pataleo llorón, o se da de antemano capitalizado como posibilidad que se manifiesta a priori y que se muestra como ilusión individual, institucional, o social de liberación, y que solo lo es en comparación con una generalidad de letargo, pero que dista demasiado de acercarse a ese liberalización dentro de sus propias condiciones estructurales de deseo. (por lo menos aún).
Ya hemos llorado y pataleado suficiente. Ahora revis(emos)o las condiciones que nos hacen ser tan débiles en las cualidades de emancipación relacional. Por lo menos las que conciernen a la búsqueda de “humanidad”, o mejor dicho, de sincera “profundidad” en la base de todos los haceres. El arte, o el artista no contribuye, hasta ahora, en nada a esto último, solo espera las oportunidades de apropiación lectural concernientes a la difusión de la propia debilidad de su trabajo (por lo menos en valpo).
Hace unos meses leí en una revista porteña autogestionada, en su parte editorial, el planteamiento introductorio de las intenciones que pretendía. Recuerdo mencionaba que no eran utópicos, sino empíricos con respecto a la realidad concreta que acontece en Valparaíso, a sus problemáticas tangibles. Lo que leí a continuación en la misma revista se retorcía en retóricas que intentaban hablar del deseo, las emociones y demases de una especie de marginalidad resentida dentro de sus propias condiciones de conformación que la hacían ser, por una parte, el intento del darse cuenta de las propias condiciones que la afectaban, y por otra el mismo resentimiento que conformaba la visión retórica del argumento que daba el postulado planteado. A lo que quiero llegar es que me extraña un tanto leer sobre una actitud de radicalidad en el hacer social local, pero que sin embargo grita en todo momento por un pedazo de “luminosidad inspirativa”.
No descarto la utopía, pues es el principio posibilitante. Si todo el trabajo, en forma absoluta, se encausa y se encuentra en las mismas condiciones de la realidad cotidiana lo único que se podría conseguir, en la máxima posibilidad, es el máximo mejoramiento de las condiciones estructurales que la hacen ser. Solo se la acondiciona, aunque se genere la mejor expectativa posible. Pero no se crea desde la “esencia” del desconocimiento, desde eso que olvidamos que ignoramos a cada momento, sobre todo en las ciudades. Se descarta la “investigación pura” como diría “la ciencia”.
El día a día, el momento a momento son parte de los fundamentos de un reflexionar y un hacer hoy, sin embargo la cotidianidad vista como el ejercicio de vida donde se relacionan y experimentan las limitaciones de un “todo”, donde lo imposible y el desconocimiento inaugural no existen, solo aspiraría a las condiciones sectoriales de campo que la configuran y la hacen ser como algo prefijado en una cualidad temporal cerrada. Esto es uno de los motivos esenciales de la lentitud y resistencias educadas de muchos movimientos sociales. Por supuesto no niego la urgencia de una “realidad”, pero solo la menciono a partir de su convergencia de los máximos posibles para sí misma, para nosotros mismos, y para “aquello” que nuestro alcance logra intuir.
En este último caso la capitalización del deseo estructura el accionar divergente, condiciona las antagonías empíricas. Esto se podría comparar o relacionar con los condicionamientos que crean la ilusión de libertad a través de la capitalización de la conducta y del pensamiento crítico. A que me refiero: la preocupación u ocupación de un empirismo absoluto (o por lo menos su postulado como intento, y sin desconocer sus urgencias de “realidad” para el trabajo de cambio o continuidad que sea) si solo se mantiene en sus propias condiciones de posibilidad, si no incluye la subjetividad del desconocimiento, conduce, en el mejor de los casos, a las mejores formas de vida , pero dentro de conformaciones politizantes que determinan aspectos de la realidad como axioma, o como filosofía apriorística de las condiciones del ser. No descarto para nada este proceder, pero que no sea olvidando lo “primitivo” no resuelto por la historia, la misma historia que fundamenta estos y muchos discursos de divergencia, los cuales, lamentablemente, no se percatan que la intención “marginal” en una educación capitalizada, con sus límites dados, que calcula caóticamente la propia devaluación de su discurso y práctica, entra en todos los mayores posibles experimentos de laboratorios que se desinstitucionalizan y los hacen parte, o por lo menos los observan para la masificación y comercialización de la divergencia. O sea, los hacen ingenuos y distribuibles (en la medida de la supuesta importancia) dentro de una economía especulativa que plantea las posibilidades de sus parámetros de una forma ya preestablecida.
Un ejemplo de realidad que se reconfigura dentro de sus propias condiciones de urgencia, sin determinarse solamente dentro de los aspectos de contingencias temperamentales, es lo que ocurre en chile en la zona sur con el enfrentamiento “final” (muy disperso comunicacionalmente como mediatización) entre raíces y capitalismo; entre los “mapuches” y el estado como instancia coludida pasivamente con los poderes económicos.
¿A que me refiero cuando menciono en el último ejemplo que no se configuraría dentro de sus propias condiciones de urgencia? Bueno, a que a pesar de los cientos de años (invisibles para muchos) de problematización (“bastante real” por lo demás) con la expansión en todos los sentidos que nos involucran en la estructura capital, y la usurpación de las raíces virguanzas del principio de la inauguración de la tierra que caminamos todos los días, existe una apertura de gestión que nos muestra esa condición que intentan con respecto a su propio alcance no cerrado y que corresponde a las raíces de herencia que se ejercían, y se tratan de ejercer, en la comunicación con el entorno más cercano de realidad de la tierra: “la tierra misma”. En estos casos el capitalismo es masculino y lo autóctono matriarcal (esto último a mi pesar, pues pago las consecuencias directas de mi herencia masculina).
Lo importante en este último punto es que utopía y realidad se encuentran; espiritualidad y lucha física. Aquí el problema es estrictamente real, material dentro de su urgencia política. Y sin embargo al mismo tiempo es un conflicto de esencialidades subjetivas, es un conflicto sobre la visión espiritual que se traduce en el cuerpo materia, en contraposición con una materialidad naturalista donde la utopía es totalitaria, por lo menos para los productores masivos de ella.
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Ahora bien, tampoco debemos olvidar que la cadencia de nuestro sistema económico de vida también productiviza el caos utópico. Este es un punto delicado que, sin embargo, no limita las posibilidades de este breve argumento. El potencial abierto e indeterminado en sus máximas, que es una de las bases del mercado contemporáneo, calcula la envergadura del caos, pero no el caos mismo, por lo que, productivice o encuentre los alcances más abiertos de su propia negatividad, o intelectualice o espiritualice la formación o no formación del conocimiento más extremo, el “resultado” es la misma indeterminación, ese desconocimiento extremo, esa ensoñación llevada a un método experimental, la propia devaluación subjetiva que el mismo sistema auspicia, esa que crece para ser su reemplazo radical.
Son dos los puntos del escrito, los cuales se pierden entre realidad y utopía en un lugar como valpo: uno, es no encontrar (aún) las metodologías prácticas de estudio de una contemporaneidad en el suelo cotidiano y la otra es la separación esquizofrénica de enajenamiento que dialectiza con negatividad el “espíritu” del cuerpo. Una irresponsabilidad infantil donde espíritu es la creación pura, la inspiración, la naturaleza; y cuerpo es la razón, el intelecto, la abstracción. Esta contraposición es una de las cuestiones más añejas que se puede ver en este sector, aún en el comienzo del XXI.
Las metodologías hacia una realidad urgente son obviamente necesarias en la contingencia de “justicias” sectoriales y territoriales. La ensoñación enajenante puede producir grandes experimentos en ciertos particulares individuos, pero se hace cómplice involuntario de las mismas condiciones y potencias que intenta alejarse, se transforma en un producto ilusorio, un producto que se mira libre, pero esa libertad es, hace rato, una productividad simple del calculo de la disidencia capital que se aprendió hace siglos cuando el principio del ejemplo del arte histórico comenzó a serializarse productiva y comercialmente.
No conozco la agenda anual de valpo, solo la que yo iniciaré. Espero, realmente llevarme alguna sorpresas de imbricación no disciplinar para intentar dialogar fuera de una incomprensión, que, sin embargo, es solo estructural.