Cuando se hace la diferenciación entre las “prácticas de cultura” o hacer artístico con el hacer y el existir social, se está, de una forma u otra, escindiendo situaciones, realidades y alcances de lo que conjuga los “entornos” en donde nos encontramos viviendo. En la quinta región (Chile) se percibe, de inmediato, (como en muchas partes) esta no integración de las partes, y en las ocasiones que se podría lograr, desde trabajadores culturales, no es desde una reflexión o posible reconfiguración de los alcances y cambios, con respecto a la “realidad”, que puedan darse desde el entorno “específico” de acción, estudio o alcances disciplinares, es decir, no se efectúa desde la interiorización y reconfiguración o muerte del principio aprendido que determina el hacer desde la intimidad misma. Las instituciones del arte, en este caso no se perciben en crisis (y por ende no se replantean o reestructuran fuertemente en relación a grandes cambios sociales), una crisis que pueda ser dada por el sistema, o sea, los modelos de enseñanza, por lo gran general, se vehiculan desde paradigmas inconsistentes de acuerdo a los entornos externos a ella, incluso, en ocasiones, desde paradigmas un tanto más “experimentales”, pero que también se mueven desde referencias que “enmarcan” las posibilidades de la misma experimentalidad.
En la vivencia inmediata en que nos encontramos, o sea, la llamada cotidianidad, también encontramos, obviamente, los efectos de esta separación. Desde las distintas manifestaciones, supuestamente espontáneas, hasta las decisiones, postulados y creencias “estudiadas” de cómo se conduce una creatividad, podemos ver distintas variaciones, estilos, formas, niveles y condiciones de esto. Un ejemplo se puede ver en el trabajo visual de un “artista”: si este, por voluntad o desconocimiento, se desvincula en demasía del contexto general que lo forma y solo se dedica al trabajo creativo individual cerrado, lo que está haciendo es, inmediatamente, validar una posición de traspaso cultural transnacional, pues los movimientos comunicativos que realice este artista, al no proponer o ejercer estancias o habitabilidades alternativas, son hacia lugares que se están instaurando de antemano a él mismo, y por ende, desde una máxima pasividad general y social, los procesos creativos individuales solo se insertarían en la pasividad de la espera (desde un sentido negativo político, no desde una positividad meditativa). Si intentara ser crítico desde la micro subjetividad individual, por lo general quedaría en la anécdota del entendimiento de él y, con suerte, de quienes más cercanos lo rodeen: conversaciones críticas en bares (que por lo demás, en Valparaíso hoy, cuesta muchísimo encontrar), o soluciones de un mundo de sobremesa con alcohol que se olvidan al otro día en el proceso laboral. Entonces, al no involucrarse políticamente, o aceptar una postura de marginación, lo que hace es vivir una política ajena en forma pasiva y bovinamente receptiva desde la práctica.
Un movimiento político de la práctica hoy, desde el campo de la cultura, es la respuesta a esto último (por lo menos desde un tipo de campo de acción). Muchas de las reconfiguraciones de un sistema, de una formación, o un modelo se han dado a través de momentos de crisis, crisis que, de una forma u otra, replantean, ponen en cuestión o eliminan las condiciones anteriores que no se adecuan a las formas de vivir o exigir de las personas en una actualidad de contingencia ampliada(1).Los movimientos humanos no se detienen, y las posibles adecuaciones estructurales, simbólicas, tangibles e invisibles hacia estos movimientos (dentro del campo político) se generan desde el accionar crítico. No se puede desconocer que la realidad, en este caso, del sistema global actual cosifica y adecua los sistemas de representación hacia los usos estratégicos de cierta forma de mercado, por lo que se pueden ver ejemplos de funcionamiento históricos en donde lo que pudo o podría haberse llamado o ser una revolución como intento de inflexión radical en lo social, termina siendo adecuado, lecturizado hacia las apropiaciones de los poderes que, pasiva o activamente, potencian la mencionada composición sistémica actual. Sin embargo esto no es excusa para no hacer consciente el campo de posibilidades en que nos vemos enfrentados como habitantes de inteligencia y creación como bases o formas para la adecuación o cambios del mundo en común en donde nos encontramos, pues también existen ejemplos de movimientos que, si bien fueron llevados con el tiempo a los usos de productividad, sin embargo dejaron cierta herencia de apertura de una manera de dimensionar nuevas perspectivas de configuraciones de realidades subjetivas, que se cristalizan, tarde o temprano en lo objetivo. Incluso se puede ver en personas y trabajadores de cultura oficiales extremadamente recalcitrantes hoy en día ciertas miradas que, aunque sean arcaicas para quien se exige de forma mínima actualizante, sin embargo llevan en su herencia (aunque sea bajo intereses de manipulación política y de inversiones de capitales extensivos) ciertas comprensiones y abarcamientos que no tendrían si vivieran épocas pasadas en las que no se desarrolló ese mínimo cuestionamiento o reflexión(2) social; reflexión social que fue generada por contemporáneos de un tiempo determinado y que se movieron, quiéranlo o no, de manera política, para que tu abuelo piense y hasta sienta de esa cierta manera, aunque sea anacrónico para una actualización más de acuerdo a contingencias frescas.
A primera instancia este es un texto optimista, pues se ve en él el planteamiento de que aunque una industria cultural estratégicamente política y manipuladora de intereses fríos aporta de alguna manera, desde la herencia adquirida, las posibilidades de la extensión social de las subjetividades de un territorio y de las individualidades que lo conforman. El trabajo de una fábrica, solamente productiva por las ganancias directas del dinero, no genera la instancia posibilitante de mover las subjetividades de quienes se relacionan con ella directamente, o sea, no lo logra en quienes trabajan día a día en ella (incluso en los intentos más progresistas de posfordismo). En cambio, los trabajo culturales, aun desde las estrategias institucionales del Estado, por ejemplo, dan la posibilidad de esa inflexión humana de incontrol que produce los cambios de un momento a otro. En este último caso el optimismo es visto desde la fuerza vital de nuestra especie, la cual, aún en los estados y circunstancias más opresivas, se genera un movimiento hacia la potencia risomática del devenir.
En este caso, separar el trabajo extendido de lo cultural (como generador de movimiento político contemporáneo) de la supuesta historia de las artes, es un problema solo para quienes mantienen un tipo de conservadurismo histórico de semióticas aprendidas.
(1) Me refiero a una contingencia relativamente extendida y no tan efímera.
(2) Obviamente esto no se da en todos os casos, pues existen tiempos históricos que pueden considerarse como retrocesos para algunos. De todas formas es algo discutible, pues para otros los estancamientos o retrocesos son una cierta manera de avance como sentido progresista. O sea el retroceso como intento de revisión retroactiva de un tiempo supuestamente no resuelto.