No comparto la insistencia unívoca
regionalista del articulador Justo Mellado de pretender que “la única
forma” de acceder o incorporar mecanismos de contemporaneidad es
con movilizaciones editoriales (no desconozco su intento y su gestión
en torno a la articulación que no se había realizado en la región
con respecto a la revisión y ordenamiento de ciertos grupos y
artistas que se encontraban flotando por ahí, jugando a una
organización; y que, por favor, esto no se confunda con plantearle, precariamente, dificultades a su gestión). No niego que esto sea una
forma plausible y muy necesaria en respuesta, y en formación en lo
que se solió llamar, una vez, entrecampos (muy pertinente como
intercambio relacional regionalista), pero mantenerlo como “la
forma” de acceder a ALGO es un error prospectivo de un futuro no
tan lejano. El fetiche de la tinta en papel es solo eso: un fetiche.
Conozco demasiadas personas inteligentes que viven esto, pero no ven
los paradigmas de una futura potenciación del posible archivo
virtual (y ojo, el texto en un papel también es una virtualidad,
solo que milenariamente antigua en su defensa). No cuestiono esto de
raíz; también considero que la efectividad en la región de
Valparaíso no tiene muchas otras opciones de inscriptividad. Pero
ese es el punto importante que quiero mencionar: la inscriptividad.
Los desechos de una contemporaneidad de un capitalismo tardío, y
también cognitivo, muestran las ignorancias locales que ni siquiera
alcanzan a ver el postulado de la editorialidad como recurso de
estructura sólida de sujeción simbólica crítica. Pero yo voy más
allá de esto. La posibilidad de ejercer y acentuar mecanismos
simbólicos de lo que podría ser la emancipación, en el amplio
sentido, no pueden sujetarse en la reglamentación de la oficina de
arte contemporáneo, porque? Porque esto obedece a formas atingentes,
a resultados historiográficos de problemas centro periferia semi
resueltos. Lo contemporáneo debe articularse en una gama compleja de
complicidades y articulaciones más allá de lo necesariamente
tripartito o funcionariato oficinístico de artistas que ya pasaron
por la estructura mental de la fondarización y ahora se pretenden
oficinistas-investigadores y críticos del aparato cultural.
Muchas
de las formas de efectuar una tensión con la estructura cultural
desde las artes se da desde variadas formas posibilitantes. La
invitación es a crear esas formas y no a decir cual es el mecanismo
estructural simbólico de ejecución, eso es absurdo. Se puede
ejercer el oficinato y ver que ocurre (creo que es un muy buen
intento programático), pero no es “la formula” contemporánea de
acceder a la realidad donde nos encontramos en el mundo los que
leemos esto en este momento vivos.
Los
intentos de gestión de artistas, si bien no son un logro
constitutivo, no es la instancia para, carismáticamente, plantear,
cuasi la formula de la contemporaneidad, el oficinato que planteo. La
creatividad se moviliza y manifiesta de muchas maneras, y no quiero
subestimar mis posibles coetáneos inteligentes y creativos en las
posibles nuevas formas de acceder a la creación de mundo fuera del
fetiche izquierdista clásico, sino desde una redistribución abierta
de los contenidos y aplicaciones del conocimiento, creatividad y
astucia en torno a lo que escapa a una unívoca fórmula
programática.
La
editorialidad es un engranaje necesario dentro de una articulación
compleja que debe (re)definirse y discutirse para, seriamente,
debatir en torno a una posible contemporaneidad, no solo regional,
sino nacional (por el momento, pues la idea, como siempre es la
internacionalización, pero no como un alcance sublime, sino como un
alcance más, fuera de la victimización de la dificultad y la
discriminación).
Escribiré
en un próximo texto sobre lo que quedó pendiente en el anterior
texto sobre los espacios de arte, como desarrollo fuera de la
legitimación parental de un maestro, o la falsa negación de
intentar pertenecer a una endogamia caduca.